Lecturas de Ricardo Bajo
7:01 PM | Author: Yerba Mala Cartonera

compañeros,me gustó mucho la novela de ferrufino,claudio, les mando mi reseña.pero mi favorita es la trilogia millennium de larsson.que estoy acabando.

Aventuras en el planeta perdido
Ricardo Bajo H.

Luis Gálvez fue uno de los últimos aventureros del siglo pasado. Español de nacimiento (gaditano, para más señas) tuvo múltiples oficios. Fue periodista, diplomático, guerrillero y abogado. Mujeriego, amante de las apuestas y la ópera. Obedeciendo un plan brasileño, fundó la República de Acre en 1899 cuando este territorio de la Amazonía pertenecía a Bolivia aunque estaba habitada por “seringueiros” brasileños en la gran época de la goma. Muchos creen que Gálvez era boliviano. Muchos creen que su accionar fue debido a su sentir profundamente anti estadounidense pues Gálvez se había enterado de un plan secreto por el cual Estados Unidos iba a hacerse dueño del Acre para controlar el caucho (la historia se repite). Su alzamiento revolucionario tuvo lugar un 14 de julio para rendir homenaje a la toma de la Bastilla. Se hizo llamar durante los escasos meses que duró su “gobierno”, Emperador de Acre. Creó la actual bandera del Acre (una estrella roja solitaria rodeada del “verde amarelo” brasileño), organizó ministerios, fundó escuelas, hospitales, un Ejército, cuerpo de bomberos, ejerció funciones de juez, emitió sellos postales e idealizó un país moderno para la época, con preocupaciones sociales, culturales, medioambientales y urbanísticas.
Semejante personaje ha sido ignorado por la historia, tanto de España como de Brasil y Bolivia.
“Gálvez, Emperador del Acre” es una novela de folletín, de serial (fue publicada por capítulos en la prensa parisina con el viejo recurso-truco del manuscrito autobiográfico hallado en una vieja librería de la capital francesa). La obra atrapa al lector tanto desde la parodia como desde la propia personalidad e historia de su protagonista, Luis Gálvez Rodríguez de Aria, un bala perdida, un encantador de serpientes en medio del Amazonas, rodeado de trabajadores del látex, cantantes francesas de ópera, extraños doctores ingleses que creían en los extraterrestes en plena selva, espías gringos, redacciones de periódicos asaltadas y banquetes pantagruélicos.
La novela, considerada en Brasil como una de las diez mejores de su magna literatura, engancha por múltiples aciertos, entre ellos su humor, su ironía y su sarcasmo. Sumado a su estilo ágil y trepidante proporcionado por su origen folletinesco y serial. Y por esa mezcla entre realidad fantasiosa y ficción creíble. Y especialmente por la acertada recreación de un mundo y una época apasionante, envidiable y cautivante en el maravilloso e irreal paisaje de la goma amazónica donde los trabajadores eran salvajemente explotados mientras las elites (nuevos ricos míseros) vivían al más puro estilo de las grandes ciudades europeas, en grandes palacios, disfrutrando de las óperas famosas, comiendo exquisiteces impensables (pato “al tucupi”), gozando en lugares como “Café de la Abolición” y en puteros con extravagantes nombres como “Juno y Flora”. Reproduciendo un modo de vida aristocrático y civilizatorio en el medio del paraje más adverso, en medio de las altísimas temperaturas asfixiantes y las mortales enfermedades tropicales.
A estas alturas, “Gálvez, Emperador del Acre” es ya un clásico. Recomendado por entre otros el chileno Luis Sepúlveda. Un viaje alucinante a nuestro pasado más aventurero. Al todavía hoy “planeta perdido” (como lo llamaran Fawcet y Donan Coyle) de la Amazonía.

va otra recomendación,cumpas.uncomicboliviano.
“Kusillo”: la distopía de Jorge Siles

No es la Supercholita “for export”. No es un héroe buena gente que salva a los buenos y persigue a los malos malotes. No te cae bien, no te quiere caer bien. Es el Kusillo, ultraviolento, políticamente incorrecto, sucio y desprolijo. Es el protagonista de la distopía de Jorge Siles. Delincuencia, prostitución, mendicidad, vendedores de truchas ilusiones celestiales, escoria, lacra y vómito social, asesinatos, tinieblas, autodestrucción y un redentor. Es La Paz de 2080 que se imagina Jorge Siles, a través de una utopía fatal y perversa ambientada de manera apocalíptica, en una ciudad oprimida por “el párpado”, un techo de acero impuesto por el “gobierno autónomo de El Alto” que la cubre, sin dejar ver el otrora “cielo más puro de América”.
“Kusillo” (obra ganadora del primer Concurso Nacional de Historieta, patrocinado por Petrobrás y la Cámara del Libro) es un cómic apocalíptico, distópico y pesimista donde los tonos grises y oscuros combinados con los ocres, falsamente iluminados, nos transmiten, en clave de ciencia ficción (como la entendía Ballard, como “retrato de la psicología del futuro”) con fuerte tintes de crítica social y política (propios de las distopías punkies), sensaciones de pesadumbre y existencialismo. Sin dejar de dejarnos, quizás inconscientemente, un mensaje final de esperanza, a pesar de todo, para que los ciudadanos y ciudadanas de La Paz de la primera parte del siglo XXI no convirtamos nuestra ciudad en la que Jorge Siles ha imaginado para finales de este milenio, una urbe condenada.
“Kusillo”, un anti héroe que decide salvar a la ciudad desde la violencia, el asesinato, la locura y la confusión, es el protagonista del cómic de Siles, que viene a homenajear a su manera y desde una perspectiva paceña y boliviana al cómic “underground” y “ciberpunkie” de los años setenta y ochenta con guiños a Philip K. Dick, J.G. Ballard, H.G. Wells, Jack London, Alex Proyas, Nietzsche, Orwell y Sartre, entre otros.
Siles imagina nuestra “hoyada”, nos habla de lo local con una perspectiva de influencias universales. Es una muestra más del talento de la nueva generación de jóvenes artistas bolivianos, escritores, cineastas y dramaturgos, que combinan ese amor por el terruño, por lo propio, por lo íntimo y social, sin dejar de “mirar” y “mirarse” desde fuera.
La ciudad que nos pinta Siles ha caído en la depresión absoluta debido al gran crecimiento de su población y al delirio arquitectónico que hoy ya nos acecha. La sed de poder de sus gobernantes han hecho el resto para sumirnos en el Apocalipsis, en la intolerancia, en la ambición sin fin, en la represión, en la sin razón, al borde del precipicio, como siempre.
La Paz, "bendita ciudad maldita, amada ciudad odiada", sinónimo de mediocridad, control social, crimen y abominación, redenta a base de anarquía, fuego y explosión. Nacimiento, crisis, muerte y ¿resurrección? de una metrópolis “fritz-langiana” que se suicida con sus propias manos. Literatura de anticipación, como se conoció en sus principios a la ciencia ficción. Es el mundo infeliz de Jorge Siles con v de “vendetta”.

otra,latercera,r.
Fresco de La Fontaine
en el Chapare con monos
“La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia”. (Jean de La Fontaine)

“Alucinémonos” de Juan Pablo Riveros Quenta es un libro inédito, en su género, en la nueva literatura boliviana. El autor, con “escondidos” homenajes a la obra de Víctor Hugo Viscarra, narra las aventuras de unos monos del Chapare, en su viaje desde el trópico cochabambino hasta los Yungas pasando por los barrios de la ciudad de La Paz.
Los monos, que hablan a través de ellos mismos, sirven de catalizadores para conocer, con un estilo desenfadado y popular, las miserias y alegrías de personajes paceños, habitantes de nuestros laderas, en su cotidiano batallar por la vida, por la subsistencia. Como los monos. Atrapados todos en una sinrazón vertiginoso que pone en riesgo a todos.
“Alucinémonos” de Riveros Quenta (con el juego de palabras del título incluido) es una fábula contemporánea y retrotrae al lector a las míticas fábulas infantiles con alto poder aleccionador y didáctico (siempre en el mejor de los sentidos posibles, alejados siempre del moralismo impositivo y unidireccional). Así, “Alucinémonos” carece de moralejas, carece de consejos paternalistas, de ahí su adjetivo de contemporánea, pero mantiene el encanto de las viejas fábulas lengendarias de Esopo y Jean de La Fontaine.

elcuarto,r.
La toma del manuscrito

La toma del manuscrito del veinteañero escritor (nacido en 1982) Sebastián Antezana Quiroga es la mejor novela de las diez ediciones del premio nacional editado por Alfaguara.
La irrupción salvaje de este joven narrador en las letras bolivianas provocará un definitivo (y necesario) terremoto en nuestra literatura. Habrá un antes y después de La toma del manuscrito.
La novela es pura ficción, pura mentira, pasión absoluta y desenfrenada por la narración clásica y la descripción, estrategia y plan de trabajo arduo, erudito y juguetón, homenajes a escritores y géneros como la aventura y el detectivesco…
Antezana despliega una habilidad gigante y una pasión irrefrenable por la composición de personajes, quizás la madre de todas las virtudes de la novela. Personajes (once principales) cuyas historias funcionan como microcosmos fascinantes que el narrador a través de su otro gran personaje, S, el traductor de un viejo manuscrito en inglés, nos regala, para engañarnos una y otra vez. Para mentirnos, para hacernos pasar por ficción la realidad y por real lo inventado en un juego donde la palabra y su poder son los verdaderos reyes de esa gran máquina ficcional.
La aparente complejidad, los autores y lecturas que se dejan entrever en el intertexto desde Pérec a Borges, las historias cruzadas y el juego que nos lleva desde la novela de aventuras al género detectivesco clásico exigen la presencia aludida de un lector inteligente y a veces puntilloso.
Es también un homenaje a la traducción, al poder de esta figura del mundo literario “invisible” a través de la figura del personaje S.: la traducción como victoria pues el que a los ojos del lector es el mero traductor del viejo manuscrito a la postre se configura como un personaje más, que nos miente y nos embelesa, como en un cuento más de las mil y una noches.

laquinta,r.
El cruceño Andrés Ibáñez, uno de los nuestros


Santa Cruz es una ciudad colonial con plaza principal y ocho cuadras alrededor. Viven unas 15.000 personas, la mitad son españoles o descendientes, el resto son mestizos, criollos, cholos (mestizos urbanos), indios y negros, unos dos centenares. Los cruceños son racialmente homogéneos y los descendientes de los españoles dominan todas las capas sociales desde las pobres hasta las ricas. Incluso en el departamento (las otras dos ciudades son Samaipata y Vallegrande), los indígenas, guaraníes en su mayoría, son tan solo la mitad de la población, a diferencia del resto del país.
Santa Cruz vive en una solidaridad patriarcal donde la propiedad privada de la tierra no existe. Sus hacendados gozan de las tierras sin derecho a compra y venta, siendo sus propietarios mientras pasta su ganado o madura la cosecha.
Los cruceños tienen el índice de alfabetización más grande de Bolivia (uno de cada tres niños va a la escuela, en La Paz, uno de cada 68) y tienen varios periódicos locales. Gran parte de la población (30 por ciento) está formada por artesanos, que se hacen llamar los "sin chaqueta" y ya tienen derechos como votantes. Santa Cruz, alejada del centro político, se dedica a proveer de azúcar, charque y arroz al interior. Los cruceños son, como decía René Moreno, "hermosos como el sol, pobres como la luna". Corre el año 1876 y todo está a punto de cambiar para siempre.
El incremento de los intercambios comerciales y la victoria del libre mercado (es decir, la llegada del capitalismo librecambista) va a provocar graves cataclismos sociales en la lejana Santa Cruz. El auge económico causa la llegada a la ciudad de habitantes del altiplano y de pueblos guaraníes. La lucha de clases, eliminada la "fraternidad provincial", estalla entre la elite local (ganaderos y dueños de ingenios azucareros que abren mercados para el comercio exterior y quieren conservar sus privilegios en el cabildo) y la plebe (artesanos y obreros).
Y ahí, en medio de este panorama novedoso, de crisis, de malestar popular, cuando no ha muerto lo viejo (la sociedad tradicional) y no ha nacido lo nuevo, está parado nuestro personaje, nuestro mártir, Andrés Ibáñez. No sabe todavía que sus sueños de igualdad y justicia social lo van a llevar prematuramente a la muerte, a sus 33 años, fusilado cerca de la frontera con Brasil en un pueblito llamado San Diego, junto a tres de sus compañeros Francisco Javier Tueros, Manuel María Prado y Manuel Valverde.
Ibáñez muere féliz, si cabe semejante dicha. y le dice a un Tueros arrepentido: "sí, coronel Tueros, por cierto que ésta es la mayor felicidad con que la omnipresencia nos va dotando como premio a nuestro iniciado tema, por cuya brillante lumbrera la posteridad nos someterá al calendario inmortal, adios, adios".
Las descargas de los verdugos acallan el más sorprendente experimento social en la historia de Bolivia en el siglo XIX. La desconocida revolución de la igualdad, bajo el grito de "todos somos iguales", ha fracasado. Ibáñez ha muerto como los primeros cristianos, como un mártir. Tal vez como alguna vez soñó, intuida ya la derrota.
La primera revolución socialista (algunos la denominan protocomunista o anarquista) nace a comienzos de la década de los setenta, del siglo XIX, liderada por el "mestizo Ibáñez" (como lo llamaba René Moreno), un abogado cruceño de familia "decente y respetable" que estudia en Sucre.
A sus 24 años es elegido concejal de Santa Cruz. Ya es un tipo conocido y va camino de ser la figura más popular de la ciudad. Dos años después, se subleva contra Melgarejo y su lucha contra la dictadura lo convierte en héroe popular. En 1871, es elegido diputado, es despedido en la plaza por una multitud y sufre camino a Sucre su primer intento de atentado mortal: la elite y los poderosos ya lo quieren ver muerto. En el Congreso, defiende proyectos de ley a favor de Santa Cruz, vislumbrando ya el posterior federalismo, que más tarde abraza.
Las "ideas francesas" (justicia, igualdad, fratenidad), el pensamiento socialista utópico europeo, la Comuna de París con su proyecto de federalismo socialista y autonomía municipal junto a las lecturas de Rousseau, Proudhon, Renan, Darwin, Lamennais marcan a partir de esos años su identidad y su lucha política.
Ibáñez, sin embargo, no escribe. Es un hombre de acción. Y de acciones espectaculares y cautivantes. En la campaña electoral al Congreso de 1874 se enfrenta al líder de la elite cruceña, Antonio Vaca Díez, su rival. Discute con él en la plaza ante cientos de personas. Ibáñez, vestido con la leva típica de los abogados, sombrero de copa y botines de charol, se acalora, arroja la leva y los botines al piso y se retira descalzo, seguidos por los también pies descalzos de sus seguidores. El gesto es repetido por su fiel partidario, Carlos Melquíades Barberí, que da a conocer el grito de guerra: "todos somos iguales". Dos días más tarde, nace el Club de la Igualdad, cuyo órgano de difusión es el periódico El Eco de la Igualdad. Sus directores son Ibáñez, Barberí y Antonio Barba. Y protestan contra el olvido de los intereses de Santa Cruz y su pueblo, reclaman caminos y el desarrollo de su economía, recibiendo el apoyo de artesanos y parte de los criollos acomodados. Ha nacido el movimiento de los igualitarios, que dos años después (1876) protagonizará la revolución de la igualdad en Santa Cruz.
En esos dos años, Ibáñez protagoniza un levantamiento contra el presidente Frías (Casimiro Corral, su cuate, hace lo mismo en La Paz, con fracaso y un Palacio quemado), es acusado de "comunista", adopta la bandera blanca como símbolo del movimiento y tras la amnistía, se la juega por Hilarión Daza en las elecciones de 1876, contra Tomás Frías.
A Ibáñez, Daza le recuerda a Belzu. Los igualitarios defienden ahora la democracia, las elecciones, la expresión de la soberanía popular: la meta de la democracia es la defensa de los pobres, del pueblo, en nombre de la equidad, dicen. Y se pronuncian a favor de las descentralización y la municipalización de Bolivia como garantía contra las dictaduras despóticas del centro.
Daza no se fía y da un golpe de estado. En Santa Cruz, las noticias llegan tarde pero los igualitarios ganan las elecciones, 1.133 votos contra 217 de Santiváñez, el candidato de los "rojos" de Vaca Díez, más de dos tercios, por cierto. Una serie de cortocircuitos con cartas interceptadas provoca el recelo de Daza que teme las ideas federalistas y la reputación de comunista de Ibáñez. La represión se ceba de nuevo contra los igualitarios cruceños. Ibáñez es detenido en agosto y debe ser conducido a La Paz, sin embargo la tropa del convoy se niega por falta de pagos, la paga nunca llega y la revolución estalla. El primero de octubre es la noche señalada. Es 1876 y la revuelta durará dos años. Desde la proclamación de Ibáñez como prefecto y comandante de la tropa para gobernar según los principios igualitarios, recogidos en el "Acta del pueblo", hasta su derrota final.
El programa de la revolución asusta a muchos con frases como ésta: "la igualdad con la propiedad es el desiderátum de la ventura de los pueblos, esforcémonos por aproximarnos a él y nos presentaremos más dignos ante toda la Nación". Los acaudalados abandonan la ciudad y huyen "todos aquellos que eran enemigos del comunismo". Los igualitarios, para pagar el "chancelo" (salarios) a los militares decretan confiscaciones y préstamos forzosos. Ibáñez distribuye casi todos sus recursos privados. Ahora son "comunistas y bandidos". La elite cruceña suplica a La Paz y exige poner fin a la revuelta socialista e igualitaria. Clama al centralismo la defensa de sus privilegios. Toda una ironía de la historia.
Pero las intenciones de los igualitarios van más lejos. Anuncian, sin cumplir por falta de tiempo, el cobro de impuestos adicionales a los ingenios azucareros, la distribución de la tierra privada no cultivada, la liquidación del pongueaje (es decir de la esclavitud)…Más de un siglo y medio después, la lucha de Ibáñez sigue.
La intervención del poder central con la llegada del prefecto impuesto por Daza empuja a Ibáñez hacia la etapa federal de la revolución cruceña. En la navidad de 1876 nace otra revuelta organizada por la Junta Superior del Estado Federal del Oriente, que reconoce la integridad de Bolivia y el poder supremo de Daza. El federalismo de Ibáñez era sui géneris pues era un elemento complementario en su política de igualdad, en definitiva, fue una reacción de los igualitarios contra el rechazo de Daza a reconocer a Ibáñez y confiarle el gobierno de Santa Cruz, es decir fue una forma externa bajo la cual se expresaban las serias discrepancias políticas y sociales con el centro político boliviano.
En marzo de 1877, tras varios errores, Ibáñez y la Junta Federal abandonan la ciudad tras las victorias del ministro de Guerra, Carlos de Villegas, viejo luchador contra Belzu y el belcismo. La revolución ha finalizado y Daza dicta consejos de guerra al pedido de la elite local, a través del periódico El Eventual: "solo con la muerte de Ibáñez volverá la tranquilidad a Santa Cruz porque sus habitantes no recuperarán la confianza mientras este líder comunista esté vivo". El primero de mayo de 1877 Ibáñez es fusilado, después de escribir una carta de despedida a su esposa. Durante su ejecución, se niega a ser atado a un poste y dirige personalmente el fusilamiento.
Un siglo y medio después, Ibáñez sigue vivo. Los autonomistas neoliberales se apropian de su figura y recuerdan su pelea contra el centralismo paceño y su defensa de las causas cruceñas. Incluso se da la tremenda paradoja que el ex presidente del Senado y casi presidente, Hormando Vaca Díez (descendiente de un rival de Ibáñez) se postula y consigue un escaño en la reciente Asamblea Constituyente con una agrupación ciudadana que lleva el nombre del propio Ibáñez. Por otra parte, la ciudadela del Plan 3.000 en Santa Cruz lleva el nombre del mártir y la proyectada universidad popular en dicho barrio gigantesco se llamará Universidad Popular Igualitaria Andrés Ibáñez (UPIAI).
Si quieres saber más y honrar la memoria de este soñador, mártir y luchador incansable, ahora que estamos en octubre, no se pierda "Andrés Ibáñez: la revolución de la igualdad en Santa Cruz", el primer libro de Le Monde Diplomatique-edición boliviana (a 20 bs en todos los kioskos del país), escrito por el historiador ruso Andrey Schelchkov, cuyas palabras han sido "pirateadas" para escribir esta columna. Para no olvidarnos nunca de Ibáñez, auténtico precursor de la revolución social
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